JUAN MARTIN GUEVARA, EX PRESO POLITICO
“Ser hermano del Che nunca fue neutral”
El hermano menor del Che estuvo ocho años preso durante la dictadura y, en su caso, la Secretaría de Derechos Humanos amplió el beneficio de la indemnización. “Dos veces tirotearon mi casa y una vez pusieron una bomba”, dice el Tin Guevara.
Por Victoria Ginzberg
“Ser el hermano del Che es una parte mía: en dos oportunidades tirotearon y ametrallaron mi casa, una vez pusieron una bomba. No era algo más, algo que no importaba. Ni siquiera era algo muy divertido. No era como ser el hermano de Soledad y salir a revolear el poncho”, dice Juan Martín Guevara, que mantiene un riguroso perfil bajo y que será recordado como el Tin por el que preguntaba el mítico jefe guerrillero en las cartas que escribía a su madre. El hombre estuvo ocho años en diferentes cárceles del país y recibió la indemnización que le correspondía por haber sido preso político. Su caso abrió un camino, ya que no sólo fue resarcido por el tiempo que estuvo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN), sino también por el período que pasó detenido luego de ser condenado por la Justicia Federal.
La ley de indemnización de presos políticos establece que son beneficiarios quienes estuvieron a disposición del Poder Ejecutivo nacional o de tribunales militares. Guevara, que fue arrestado en marzo de 1975, fue un “preso PEN” hasta el 6 de marzo de 1979. Desde ese día, hasta que consiguió la libertad condicional, el 10 de marzo de 1983, quedó detenido por decisión de la Justicia, que lo condenó en base a la ley 20.840. Esa norma, sancionada en 1974, castigaba las “actividades subversivas en todas sus manifestaciones”. Ahora, explica su abogado, Tomás Ojea Quintana, se reconoce con status de perseguidos políticos a quienes fueron juzgados en virtud de esa ley, aunque no hayan estado a disposición del PEN.
Cuando salió de la cárcel, Juan Martín, militante del Frente Antimperialista por el Socialismo, tenía 26 pesos y un pasaje Trelew-Buenos Aires-Rosario. Con el tiempo rearmó su vida y ahora tiene una tienda de habanos, vinos y exquisiteces en Las Cañitas. Allí habla con Página/12 de sus días como prisionero, de Cuba y de los recuerdos que lo unen a su hermano.
–¿Cómo era la vida cotidiana en la cárcel? ¿Cómo se organizaban?
–Hubo etapas de mayor violencia, mayores restricciones, de más golpes, más torturas. Uno nunca sabe cómo quedó o cómo estaría si no hubiera pasado, pero la organización fue lo que hizo que pudiéramos llegar a la democracia teniendo valoraciones positivas, incluso pudiendo haber sacado enseñanzas y cosas que uno incorporó a la etapa de preso. Fue la organización la que lo logró, no la organización previa, que era imposible reflejar en la cárcel, sino una nueva organización en la que había parte de lo que traías como experiencia. La organización te permitía sobrevivir mentalmente, emocionalmente, en tu manera de pensar, de ser, tu cultura.
–¿Puede explicarlo con algún hecho concreto?
–Nunca pudieron impedir que nos comunicáramos. Nos escribíamos entre nosotros. La cárcel de Sierra Chica tenía esta forma (extiende la palma de la mano en la mesa con los dedos separados), tenía doce pabellones. El pabellón 12 era el de castigo, que estaba absolutamente separado, aislado. Los otros tenían un patio en el medio. Durante un tiempo nos permitían salir sólo tres veces por semana. No podíamos caminar en grupos de más de tantos, no podíamos acercarnos a la ventana. Cuando algo no funcionaba como ellos querían, al pabellón 12. Hacían requisas a cualquier hora, entraban y revolvían todo, te pateaban, te echaban agua fría. En un fin de año entran a un grupo de celdas, no me acuerdo si era 24 o 31 de diciembre, del pabellón que estaba más cerca del pabellón 12 –que era de los que estábamos destinados a ser fritos en primer lugar–, y encuentran pan dulce, cosas de fin de año y se ponen locos. Esas cosas nunca las pudieron parar.
–¿Y cómo hicieron para tener esas cosas?
–No te lo voy a decir porque a lo mejor en algún tiempo alguno va a necesitar algún pan dulce, y Sierra Chica sigue existiendo.
–¿Cómo se enteraban de lo que pasaba afuera?
–En el ’75 teníamos radio, diario, visitas. Desde el golpe para adelante dejamos de tener visitas, diarios. Empezamos a no salir a recreo. Debo haber estado en total tres años y medio en celdas solitarias. A veces pasaba hasta seis meses en la celda de castigo. No tenías noción ninguna de lo que estaba pasando, no fuera de la cárcel, sino en el pasillo. El objetivo era rechiflarte, que te volvieras loco.
–¿Cuándo se enteran de las desapariciones, la masividad de la represión?
–De la masividad mucho después. Sabíamos de los secuestros porque muchos de los que llegaban en el último tiempo venían secuestrados. Era evidente que había algunos que pasaban a ser presos, otros los liberaban y otros no se sabía. Más adelante, cuando desaparecen familiares directos de los que estábamos presos, ya íbamos teniendo noción de que la represión se hacía cada vez más profunda y más extensa. Y de que uno de los métodos que existía era tomar a una persona y no aparecía. En Sierra Chica hubo dos desapariciones de familiares.
–¿Los guardias y oficiales sabían que era hermano del Che?
–Eso me jugó a favor o en contra. Nunca era neutral. A veces, como era el bicho raro, me trataban más o menos bien. Pero no muchos sabían. En Sierra Chica teníamos un número, yo era 449. Durante años fui el 449.
–¿Y cómo jugó su apellido durante la militancia?
–Yo fui hermano del Che siempre, pero en determinadas circunstancias era cualquiera y además no se sabía de quién era hermano ni cuántos hermanos tenía. Uno de los oficiales que me interroga sí, directamente, se empieza a meter con el parentesco. Me acuerdo, creo que era un mayor, que decía “‘que lástima que agarró para el lado que agarró, porque ese tipo sí valía”. Me comentaba cosas para demostrar que sabía, que había leído.
–Pero había como un respeto...
–Había un respeto a través mío a la imagen, la figura. Y los que te fajaban también. Sin duda, porque si no, no te diferenciarían.
–¿Y cómo llevaba la diferenciación?
–Nosotros le llamábamos poner cara de candado, cara de nada. Porque no sabías qué podía pasar. Como cuando nos preguntaban “¿Leíste tal libro?” No. “¿Vos hacés gimnasia?” No. “Pero vos no hacés nada”, decían. Me acuerdo de una vez en que estaba con otro preso al que le preguntaban si era montonero. “No, yo soy peronista”, decía. Le insistían y él seguía con que era peronista. Entonces me preguntan a mí “¿vos sos del PRT?” “No, yo soy socialista”, dije. Es que si ése era peronista, yo era socialista. Pero en todas las oportunidades en que saltaba que yo era hermano del Che, venían a ver.
–¿Le molesta que lo identifiquen como el hermano de...?
–Desde el año ’56, ’57 paso a ser, además de Juan Martín Guevara, hermano de Ernesto Guevara y después de El Che. Es una parte mía, está incorporado. Yo tenía quince años cuando fui a Cuba. Llegué el 6 de enero del ’59, cinco días después del triunfo de la revolución. Fidel todavía no había entrado en La Habana. En el período anterior, estábamos siempre alerta de las noticias que llegaban. En cinco oportunidades a mi hermano lo publicaron como muerto en los diarios. Siempre estábamos a la espera de una esquela que dijera que no. Y llegaban. En mi casa en dos oportunidades tirotearon y ametrallaron, una vez pusieron una bomba. No era algo más, algo que no importaba. Ni siquiera era algo muy divertido. No era como ser el hermano de Soledad y salir a revolear el poncho. Era un tema. Recibíamos llamadas telefónicas.
–¿A Cuba fue sólo de visita?
–Fui como un familiar. Hacía años que no lo veíamos. Estuve dos meses y algo. Justo en la época de verano. Se ve que ellos decidieron hacerlo en enero para que no faltara al colegio.
–¿Qué relación tiene hoy con Cuba?
–Trabajé muchos años con libros de Cuba. Y en la Feria del Libro ponía el stand de Cuba. Viajaba bastante. Después, por razones económicas, fui acercándome al habano. Hasta que puse una distribuidora. Pero Cuba, más allá de lo que políticamente pueda tener de cercano, para mí es algo mucho más importante que eso: amigos, familia, es un segundo hogar, es un lugar familiar. Conozco Cuba de un lado al otro y la he ido viendo del ’59 a hoy.
–¿Y cómo era Cuba el 6 de enero del ’59?
–Era algo muy impactante. Era impactante desde una cuestión personal, familiar e histórica. Había cosas sorprendentes. Yo me encontré con gente de mi edad o un año más que eran capitanes del ejército rebelde con responsabilidades. Además estaba mi hermano. En nuestra familia el trato nunca fue formal, y de pronto encontrar una persona... primero militar, con orden y mando, es decir que había que cuadrarse; segundo, con un poder de atracción sobre los demás increíble. Y a la vez seguía siendo mi hermano. Cuando estábamos juntos, seguíamos con las mismas jodas y los códigos de antes. Pero había un cambio sustancial.
–Se lo tengo que preguntar, ¿cómo es encontrar a un hermano en banderas, remeras?
–Eso ya es otra historia. Tuve experiencias con gente en la montaña que me contaba anécdotas y me doy cuenta de que vivió con él. Es distinta la emoción de ver a una persona que se pone a llorar porque tiene recuerdos muy concretos, a ver algo que puede ser muy superficial, que puede ser los Bee Gees, la lengua afuera de los Stones o El Che. Obviamente que también es una forma de estandarizarlo o banalizarlo. Vos podés hablar del guerrillero, del estadista o del médico. Se puede hablar de lo que dijo, hizo o del que dejó cargos importantes y entregó su vida. Vos podés separar, pero cuando lo juntás se te genera un problema. Si juntás todo el personaje se problematiza. Lo complejo es ver cómo se toma la figura.
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